martes, 24 de noviembre de 2009

Caminando...sin parar




Después de tanto tiempo y de haber hecho tantas cosas, ya es hora de sentarme a escribir. Por otro lado, mis primos insisten en que escriba, así que no me queda otro remedio.

La última entrada la publiqué hace dos semanas y hasta el día de hoy no he parado.

En primer lugar contaré mi viaje a Quinua y Wari. El pueblo de Quinua está a 40 minutos de Ayacucho. Es un pueblo inesperado, ya que hay mucha tranquilidad, vas por las calles y la gente te saluda muy amablemente, hay muchos talleres de artesanos donde puedes entrar y conversar con ellos, te explican cómo hacen su trabajo, te cuentan su vida en un pueblo tan pequeño y tranquilo, en definitiva, vas disfrutando del camino con todo lo que se va presentando. Después de tanta visita, vamos rumbo a El Obelisco. Es un monumento en conmemoración a la victoria de los peruanos, bajo el mando de Sucre, sobre los españoles. Está situado en una pampa inmensa y desde donde se avista la ciudad de Ayacucho.

Al llegar te asaltan muchas personas, unas para vender su explicación sobre la batalla, otras para ofrecerte sus caballos y dar un paseo, otros te ofrecen sus comidas. Como tenemos tantas ofertas decidimos hacerlas por orden, así que negociamos con la señora que alquila los caballos y vamos con dos de ellos hasta la cascada. Cuando llegamos a la entrada nos tenemos que bajar ya que el recorrido hay que continuarlo a pie. Así que nos dirigimos a la cascada caminando y comiendo choclo con queso, y cual es mi sorpresa que me encuentro con un canal, con un agujero, por donde salía agua y formaba una cascada, es decir, una cascada artificial. Pero el paisaje es impresionante y mereció la pena la caminata.

Volvemos a El Obelisco y decidimos comer algo. Hay varios puestos de comida casera, donde los pobladores llevan lo que hacen o lo cocinan allí, chicharrón, cuys, choclo, puca picante... pero como mi úlcera y gastritis me restringen mi dieta, pido choclo con papas, y me quedo con las ganas del chicharrón.

Después de comer decidimos ir junto a El Obelisco para que una chica universitaria, por dos soles, nos cuente la batalla de Ayacucho. Mientras va contando la historia yo sonrío mucho ya que los españoles son los malos de la historia,los invasores, pero a pesar de ser minoría los peruanos, lograron vencerlos.

Tras salir derrotado de la historia, nos marchamos a comer algo con fundamento. Comienza a llover y nos refugiamos en un recreo y de paso almorzar. La que nos atiende nos dice que sólo tiene truchas y cuy, así que pido una trucha. Como tengo tan buena suerte, la trucha estaba pasada, así que llamo a la señora y le digo que con mi úlcera ya tengo bastante como para comerme un pescado malo. Nos marchamos y como en un bar del pueblo arroz blanco con huevos.

Después de tanta odisea para comer, tomamos rumbo a las ruinas del pueblo Wari. Es un complejo arqueológico donde se han rescatado varios lugares. Visitamos el lugar y como anochece vamos a la carretera para agarrar un carro. Mientras esperamos miramos a la pared y nos damos cuenta de que se pueden coger restos de vasijas, huesos..., así que nos dedicamos un tiempo a ser arqueólogos. Viendo que no pasa ningún carro vacío, vamos caminando y se oscurece. Casi perdiendo toda esperanza por fin nos recoge una camioneta y subimos en la parte de atrás, por lo que el camino hasta Ayacucho lo hacemos al aire libre en la camioneta con más personas que van recogiendo por el camino, todo un lujo.

Durante la semana me dedico a preparar el curso de mitología, que imparto los miércoles y el festival de danza y música. Por fin llega el sábado, día en que se realiza el festival. Es un acto donde todos los grupos de jóvenes representan sus danzas y tocan su música. Asiste mucha gente y el acto termina muy bien. Me olvidé mencionar que por la mañana había asistido al partido de fútbol del grupo Juan XXIII, entro al banquillo como utillero. Jugaron bien los chicos y ganaron, a pesar de jugar con uno menos, ya que uno de los chicos fue expulsado por tirar el balón fuera del campo, aquí los árbitros no se andan con rodeos.

Para despejarme de tanto movimiento, el domingo vamos a Huanta, que se encuentra a una hora de Ayacucho. Sin saberlo es el día principal del pueblo. Asistimos a una marcha en la plaza de Clubs de Madres. Damos un paseo por el mercado y decidimos ir a Luricocha, que está a 15 minutos de Huanta. Allí comemos un buen chicharrón y truchas. Por la tarde vamos a unas representaciones de "bailes de negritos", donde parejas con una vestimenta especial y máscaras negras, compiten por ver quién baila mejor. Sin haber terminado el acto coienza el "diluvio universal", nos refugiamos donde podemos e intentamos agarrar un carro, lo que parecía casi imposible, ya que había mucha gente. Nos adelantamos y por fin entramos en uno como sardinas en lata. En un coche para 5 íbamos 11, de los cuales 6 estábamos en el maletero, pero sólo fueron 15 minutos, bien largos. Ya en Huanta tomamos una combi para Ayacucho y toca descansar.

Esta semana tengo que preparar la segunda parte del curso de mitología y los diferentes talleres que tengo pensado hacer con los chicos.

Pronto serán las navidades y aquí se respira aires navideños, por lo que me entrará la morriña por mi tierra. Espero estar sano para esa época y poder comer algo más que verduras, ya que tengo prohibido todo, así que esto es una invitación a mis hermanos y primos, tienen la obligación de ir al Bar Kiko y tomarse un par de Doradas a mi salud para que me reponga cuanto antes, ya cuando vaya las pago.

Gracias a todos por el interés y el apoyo. Conmigo no puede ni úlceras y gastritis.

martes, 3 de noviembre de 2009

De aventura por Cangallo.

Como ya dije en la última entrada, estas fiestas me fui de viaje a Cangallo, que es un pueblo que se encuentra a casi cuatro horas de la ciudad de Ayacucho.

El sábado por la noche estuvimos de celebración de cumpleaños de una amiga. Los invité a casa y preparé tortilla de papas con ensalada y para beber mi gran mojito cubano, que tanto le gusta a Diana Villar. Bien comidos nos fuimos a una fiesta privada y al poco tiempo nos retiramos, ya que a las 4 de la mañana teníamos pensado marcharnos. Sobre las cuatro y media llegamos a la terminal de colectivos. En primer lugar debo explicar qué es un "colectivo". Como su propio nombre indica, es para llevar a toda una "colectividad", una especie de furgoneta, donde deberían sentarse diez personas, se sientan veinte, así que se pueden imaginar cómo iba, sentado en una rueda de repuesto con una esponja para apoyarme. Resulta que los colectivos salen cuando están llenos, así aprovechan el viaje, y cuando entramos a la terminal estaba a punto de salir una, así que sin pensarlo entramos. Como sardinas en lata vamos rumbo a Cangallo. El principio del viaje fue de lo más normal, pero cuando nos encontramos a la altura de 4.200 metros, por Toccto, noto que me falta aire, entre el olor a gasolina y humanidad no podía casi respirar, y si le sumamos la altura... Así que no tengo otra cosa mejor que hacer sino perder el conocimiento. Después de haber asustado a los dueños del carro, me despiertan y sigo el trayecto más en el otro mundo que en este, sin enterarme de nada y con ganas de llegar. Como ven, el viaje se antojaba interesante, teniendo un comienzo así me preguntaba cómo sería el final.

Cuando llegamos a Cangallo buscamos un hospedaje y a descansar. Cuando vuelvo a ser persona me doy cuenta de donde estoy y del paisaje que me rodea, es impresionante. El pueblo se encuentra en el centro de un valle, rodeado de cerros enormes, cerca pasa el rio Pampas.

El día lo pasamos descansando, comiendo y conociendo el pueblo. Al día siguiente nos dirigimos a conocer las cataratas. Montamos en una combi y nos paramos en un pueblito, que tendría unos cincuenta habitantes. El camino nos lo indica un niño con la camisa del Barcelona que se bajó con nosotros. Después de haberse reído de nosotros, ya que el de la combi nos cobró dos soles en lugar de uno, nos indica por donde se baja a las cataratas. Creo que en alguna entrada comenté que el espacio y tiempo en Perú es diferente al del resto del mundo. El chico nos dice que están a veinte minutos, que al final es más de una hora, pero mereció la pena. El paisaje es expectacular y las cataratas impresionantes.

Tras haber subido con gran esfuerzo, esperamos en el pueblo a que pase el colectivo para marchar a Pampacangallo. Allí almorzamos, descansamos y vamos al cementerio para ver con nuestros propios ojos la fiesta que hacen por el día de los difuntos. Por fuera del recinto hay varios puestos de comida y al entrar vemos mucha gente y varios de ellos tomando chelas junto a las tumbas de sus familiares. Todo esto puede parecer una falta de respeto, pero toda la fiesta, lo que toman, es en honor a los difuntos.
Tras una intensa jornada decidimos marcharnos a casa y vamos a la plaza del pueblo para buscar trsnsporte. Al llegar cual fue mi sorpresa que era el colectivo con el que vinimos, por lo que me entraron malos recuerdos y no quería subirme, ya que otra vez estaba copado, pero la señora me dijo que cómo no iba a ir con ellos con lo bien que me trataron, así que no me quedó otra que montarme. El camino de regreso fue tranquilo y llegué a Ayacucho sin problemas.
Lo mejor de este viaje ha sido la gente de las pequeñas comunidades. Son muy diferentes a los de la ciudad, siempre te saludan, te preguntan y mantienen conversaciones como si te conocieran de toda la vida. Los campesinos te dan todo lo que tienen sin juzgarte. Es decir, estos días he conocido la otra cara del Perú, la de los campesinos y la gente sencilla. Si alguna vez quieren relajarse, escapar de todo y vivir, vayan a alguna de estas comunidades y podrán encontrar la paz y reconciliarse con la naturaleza.
Así fue mi primer viaje fuera de la ciudad y me quedé con ganas de repetirlo y seguir conociendo lugares.